martes, 29 de julio de 2008

Introducción embebida

Youtube y otras de esas maravillosas herramientas que te hacen sentir poderoso publicando y compartiendo videos y audios, me han regalado otro gran descubrimiento: la palabra “embed”. En español, un poco rara ella: embeber, pero de un memorándum extraordinario por parte del DRAE para usarla sin cargos de conciencia.

Resulta que no sólo descubro que es exactamente la palabra que debo usar para incluir mis videos o audios en algún sitio web, cual pan en café con leche, sino que además me he perdido de usarla en otros contextos en los que también cabría perfectamente, como anillo embebido en dedo.

Entonces, el DRAE electrónico, debió haber embebido en su aval una nueva acepción para esta palabra, muy recientemente (porque antes no estaba): incorporar, incluir dentro de sí a otra. Lo cual embebe perfectamente en lo que se quiere para los casos de los videos y audios.

Creo que mejor resuelto que en inglés, en donde extrañamente no parece fácil embeberse la palabra con un vaso de cartón.
Como ejemplo una muestra:
¿embed sustantivo?
O ésta, más interesante para mí: “¿Estado embebido?”:

¡Viva la lengua! (sobre todo en salsa y como la hace mi mamá)


Video enchumbado


Mujer embebida, mas no embebria

Lecturas pueblerinas



Nací en Caracas. Pero por fortuna, una circunstancia familiar originó mi traslado a una población rural: San Juan de los Morros. Mi infancia transcurrió entre las ofertas pueblerinas que valoran las relaciones directas interpersonales y el intermitente contacto con mi gran grupo familiar que desde la ciudad acudía a mostrarme vitrinas de propuestas acumuladas sobre las últimas maneras de vivir, cada vez con menos tiempo de vigencia. De manera que crecí en un pueblo que tenía escasas vías para acceder a esa información autorizada que establece los discursos dominantes; era, pues, parte de un reducto estadístico que no participaba de las grandes tendencias, salvo cuando se trataba de escasez. Ahora me doy cuenta que esta circunstancia marcó mi vida y cada vez que debo tomar decisiones, seguramente un apartado de mi inconsciente aflora para recordar que detrás de cada lectura de la vida, existe una fotografía que contrasta.

Empecé a estudiar periodismo casi sin entender lo que eso podría significar para mi entorno. Mi única referencia había sido el despliegue simbólico concentrado en la oferta citadina que, a través de la televisión me daba a probar la interesante narrativa de las grandes ciudades; por supuesto que las escasas ofertas de los periódicos de mi pueblo no podían competir con aquellos discursos mediáticos. Y estudié para estar en los grandes medios, frente a las cámaras, llena de luces, con los famosos. Mis estudios de periodismo los cursé en un lugar muy alejado de aquel pueblo en el que había crecido: San Cristóbal, una ciudad históricamente más cercana al país vecino, que al resto de mi país. Se trata de un lugar fronterizo con Colombia. Esta condición se sumó a las influencias de mi vida. Me impactó descubrir que los habitantes del estado Táchira (Venezuela) y Norte de Santander (Colombia) compartían códigos desconocidos por el resto de los países a los que pertenecían. Pero, curiosamente, eran bombardeados por cuentos diarios, llamados noticias, enviados por medios nacionales, cargados de estereotipos negativos de unos hacia otros. Me centré en aquella relación fronteriza y mis aportes, desde mi condición de estudiante de periodismo, se dedicaron a reivindicar la narrativa local, soportada en una convivencia no comprendida por las ciudades capitales.

Este afán me estimuló a investigar para comprender los procesos de integración, (tan en boga en aquel momento), pero desde la versión fronteriza (todavía recuerdo mi empeño en revisar diariamente las noticias negativas sobre la frontera colombo-venezolana que, desde El Nacional (Venezuela) y El Tiempo (Bogotá), se ofrecían escritas por periodistas ubicados en los más altos pisos de los edificios capitalinos). Y nosotros (éramos un equipo religioso en esto) contrastando las versiones con la realidad y pasándolas a pequeños formatos que con dificultad se imprimían para enviar a diferentes lugares, con el interés de brindar una versión distinta a las establecidas por los medios. Ahora me doy cuenta de que nuestra lectura era apasionada y, por supuesto, muy cargada de ese sentimiento fustigado por el “periodismo objetivo”. No debió ser la mejor versión, pero estaba convencida de que era necesaria.

Con esta idea me entusiasmé, luego de graduada, a hacer una Maestría en Ciencias Políticas, para explicar las fronteras como espacios dinámicos, apoyándome en interpretaciones que fuesen más allá de la clásica geopolítica. Debo decir que antes probé en los grandes y reconocidos medios capitalinos: me acerqué a fuentes importantes, estuve entre famosos, compartiendo en las mejores condiciones que una profesional de la comunicación pudiera aspirar. Pero ya mi sueño de estar entre luces se había desvanecido; había descubierto lo importante que podía ser mi aporte en los pequeños espacios, en iniciativas locales que pudieran generar amplios impactos y llegar a cambiar la dinámica de lo establecido. Esa se había convertido en mi atractiva proyección. Entonces me fui a Mérida, una interesante ciudad de Venezuela; pero me alejé de la frontera y me rendí ante una nueva realidad.

Mérida es una ciudad cuyos indicadores atraen a muchos, pequeño espacio con marcadas influencias rurales y una historia conservadora mezclada con la irreverencia propia de la condición universitaria. Una de las mejores ciudades para vivir. Acá he hecho de todo. Ahorita trabajo en el Parque Tecnológico de Mérida, vinculada a iniciativas de tecnologías de información (TIC) y un nuevo panorama se ha abierto ante mí. Estoy haciendo mi Doctorado en Ciencias Humanas y mi nuevo tema de investigación es la sociedad de la información. Mi búsqueda en este sentido es reciente. Periodismo y Democracia es una relación que puede presentar distintas interpretaciones. A mí me da la gana de verla ahora reflejada en la capacidad que manifiesta una sociedad para optimizar el uso de las tecnologías de información y hacerse autónomas en decisiones, más nobles en la idea de valorar los entornos cercanos y crear discursos propios, una inquietud que durante mi vida profesional se ha paseado siempre a mi lado.