sábado, 21 de marzo de 2015

Palabras más, palabras menos


aicnegremE
Una ambulancia arresta la escasez sin honores
es la única instancia
a la que pueden acudir los silencios más ocultos de la madrugada
una ambulancia deja un destello de puro aullido
y parece restaurar entre las sábanas
la mendicidad encarnada de besos

La felicidad, promesa invertida de los hábiles caminos,
se va desdibujando en el techo
mientras las bondades eternas se evaporan
de tanto gemir

La almohada, depósito insigne de llamados absortos,
se disgrega
se antepone
se desvela

Una ambulancia camina y no sabe hacia dónde
hasta cuándo ni por qué


Paréntesis
Busco en las esquinas de este manto
como quien desciende de madrugada
a tomarse el vaso de agua que quedó en el sueño


Cuentas diarias
Hoy vi al vecino silbar cuando llegaba,
lo hacía suavemente,
venía contento a pesar de su fachada.
Hoy vi los huecos de la calle y pensé que pronto vendrían a arreglarlos.
Vi pancartas, semáforos, luciérnagas y espantapájaros. Los vi de cerca.
Vi la rabia y una que otra lágrima.
El señor de los periódicos salió corriendo detrás de una mercancía que volaba
y yo lo vi.
Vi el miedo de una ardilla al pasar de un árbol a otro.
Vi una que otra trenza de zapato y andaba suelta.
Vi el olvido. Vi el recuerdo. Vi la sonrisa.
La vida es así. Una simple suma de días.

  
Tercura
Un hilo pende distante, pero prende. 
Y la aguja insiste en enhebrarse.


Punto blanco
Tantos hilos no caben en estos deseos horizontales
los edredones permanecen en su lugar
como si las esquinas fuesen pueblos vacíos, sin guirnaldas

Las almohadas andan de un mal puesto
no entienden de simetría en ausencia
coronan sin éxito un lecho irremediablemente desnudo

Tantas siluetas sin nombre
Tanto techo
Tanta luz

Tanta cama


El túnel
Una luz no es tan sólo eso
Es la señal esperanzadora al final del camino
Es un haz que asegura
Es un conteo inerme de presencia
Es un poquito de ausencia cuando se pregunta ¿y eso?
Una luz verde ovalada parece una respiración entrecortada
Aunque no es tan sólo eso

Ruleta
Unos ojos no quieren cerrarse
Una, dos, cuatro, diez, doce, veintiséis vueltas del reloj y no cae la vigilia
La vida atenta contra las lánguidas noches
Y todo vuelve
Una, dos…veintiséis vueltas del reloj
Otros ojos no quieren abrirse
Veintiséis, doce, diez, cuatro, dos, una vuelta del reloj y alguien mira


Dilema
Todas las noches saben a vino ausente. Menos unas.
Todas las risas permanecen lejanas. Salvo unas cuantas.
Las cerezas cuelgan de las paredes esperando la primavera. Y no llega.
Todas esperan. Menos ayer: horas de promesas florecidas.
Todo se mueve. Todo se mueve. Todo se mueve.
Aunque el martes no y mañana tampoco.
Nada se mueve.
Todo se detiene. Menos el reloj.
Arriba amenazante. A un lado abandonado. Sin gracia.
Espera que lo tomen y suelta contento las horas en cuestión de segundos.
Todo queda. Todo queda. Todo queda.
Menos una que se va. Menos una que regresa. Todo queda.
No hay risas. Hay risas.
Todo. Todo. Todo.
Nada. Nada. Nada.
Él voltea y se cierra la puerta.
Sólo faltó un segundo para que todo quedara.
Mañana será otro día.
Ya hoy no queda nada. Salvo ella.


Carrier
En esta esquina
la gente cruza en diapositivas frescas
Y mira entre las vidrieras.
Pero la estela no deja ver por un rato hacia afuera.
Es como una nota desorientada
en medio de este mundo tan hoy.
Los carteles gozan de una vigencia infinita
y lloran entre los ojos del viejo silente que tintinea
con el recuerdo.
Parece un futuro vendido desde hace tanto.
Parece que yo estuviera en una fotografía antigua
enmarcada en una valla publicitaria.
Casi como descubriendo la pinta que va a aparecer al día siguiente.


Sólo para damas
La muchacha que baila tango
Está orinando en el baño
              Pensé que lo haría más lento.

 ¿Cuánto hace que no me desamarraba los zapatos?

 Qué rastrero es el tango
              t
                a
                  n
                           abajo

domingo, 1 de marzo de 2015

Me muero de la risa

Era el año 1991 y yo había sido invitada a formar parte del pequeño grupo de estudiantes venezolanos que asistiría al Encuentro de Periodismo Iberoamericano, con sede en el Instituto de Estudios Avanzados de Caracas (IDEA), en donde  los participantes estuvimos literalmente encerrados por casi una semana en un ambiente grato de discusiones, charlas y talleres con temas inherentes a la ciencia, la tecnología y la sociedad. Por cada país de Iberoamérica había un periodista representante, entiendo que seleccionado con gran criterio, a juzgar por la calidad de quienes allí se reunieron.

El encuentro fue, sin duda, una experiencia rica, de esas que marcan a los estudiantes cuando empiezan a codearse con profesionales y expertos. Aún guardo con cariño en mi cabeza a muchos de los periodistas con los que compartí aquellos días en los que queríamos comernos al mundo en cuatro grandes mordiscos. Particularmente, he convivido los últimos años con un recuerdo recurrente de la periodista cubana Mara Roque, a quien volví a ver en mi visita a La Habana un par de años después. Mara, sin saberlo, me ha acompañado en mis conversaciones sobre Venezuela y Cuba en la última década; muchos detalles de nuestros efímeros encuentros la unían a mis ideas en este tema; como no nos volvimos a ver, es obvio que lo que acá cuento es una interpretación muy personal de los recuerdos que de ella tengo.

Mara era una representante oficial de La Habana y, como tal, relataba de la manera más seria y precisa lo que le correspondía decir como periodista cubana en torno a la información, en el Encuentro Iberoamericano. Era una gran oradora y parecía muy honesta en su rol. Luego entendí que no era para menos: estando en La Habana dos años después, supe que era una presentadora estrella de televisión, dentro de lo que el contexto oficial permitía como producción audiovisual. Pero más simpático fue descubrir a la Mara íntima, en pequeños grupos, cuando, entendido un auditorio sin riesgos, desplegaba una cartera de chistes aderezados con su acento e histrionismo particular, con las cuitas cubanas como telón de fondo. Conocí con ella una variedad amplia de narrativas graciosas: chistes intelectuales, poéticos, políticos, populares, en los que sencillamente pude entender mejor cuál era la realidad cubana y fue ella quien me presentó a ese país con una lectura entre líneas, aderezada con el humor. ¿Los principales temas? Las colas, la escasez, la perpetuidad en el poder, la contrariedad ideológica, el hombre con esa hache tan minúsculamente posible, el sinsentido de la eterna espera por ser un país libre atado en sus más pequeños vericuetos.

Veinticuatro años después de aquel encuentro, volvió Mara a mis recuerdos, justo en octubre del año pasado, cuando esperaba -junto a un grupo numeroso de personas- que se me otorgara la ansiada constancia de no tener antecedentes penales. Se trataba de una larga espera de al menos seis horas, frente a la Plaza Candelaria; ya hacia el mediodía, parecíamos una gran familia que compartía entre risas y comentarios los más curiosos análisis de lo que estaba pasando en Venezuela. Una de las personas más cercanas a mi puesto, con orgullosa bandera maracucha, lideró con sabiduría criolla el festival de cuentos graciosos y no hubo compasión ante casi ninguna situación de penurias colectivas, siempre aderezada por ese aval que se permite el chiste en el que terminamos riéndonos por no llorar.

Todo iba bien para mí, hasta que el maracucho empieza a desempolvar en mi memoria uno de los chistes que siempre recordé de Mara, esta vez versionado por aquel compañero de espera, como quien adereza una misma pieza teatral con otros personajes y otros recursos de utilería. El chiste de Mara acudía, en gran acento cubano, a narrar la historia del pobre hombre que, desesperado por hacer tanta cola todo el tiempo, le confesó a su mujer que saldría a matar a Fidel; luego de muchas horas, el hombre regresa a su casa y ante la cara de angustia de su mujer, aquel le comenta: “oye, qué vaaa, había una cola inmensa para matar a Fidel”.     

Toda la Plaza Candelaria desapareció ante mí. El maracucho iba narrando aquella historia de manera similar, pero con ese gran acento maracucho y con Maduro como protagonista; yo veía cómo la cara de la gente iba desgranando cada palabra del chiste, asintiendo, dando constancia de formar parte de aquella caricatura de realidad, hasta que el grupo estalló en risas. Yo recordé que en su momento, hace veinticuatro años, cuando Mara contó su versión cubana de este chiste, yo reí a carcajadas, entendiendo perfectamente todos los códigos narrativos, pero obviamente asimilando una realidad prestada por un rato y de la cual no formaba parte.


Entonces comprendí sin decir nada, cómo nos hemos ido sacudiendo la realidad a risa limpia. Me pregunté cuál habría sido el primer contexto que diera origen a aquel chiste; antes que Cuba ¿quizás otro país con la misma miseria? En eso he andado rondando mucho tiempo, hasta que llegó hoy a mis manos este texto de Daniel Lansberg-RodríguezAs Venezuela’s Revolution Struggles, the Jokes Abound” publicado en The New Yorker. Definitivamente, más allá de las interpretaciones formales, puede concluirse que la risa es una de las pocas armas que se le ocurre a la gente cuando ya no le queda ni explicación ni sentido a lo que le ocurre a diario. Y que el guión ya está escrito desde hace muchos años.