domingo, 28 de julio de 2024

El gen del voto en Venezuela


La entrega del poder por parte de dictadores, vía electoral, es desde el sentido común una contradicción. Las elecciones son un mecanismo de alternabilidad del poder, propio de la democracia, en la que cabe la posibilidad de un cambio de actores políticos, si el juego es limpio y la voluntad popular así lo impone. ¿Por qué habría de arriesgarse el dictador en Venezuela cuya lógica es la imposición por la fuerza? ¿Por qué seguiría jugando la oposición, golpeada y maltratada por este régimen? ¿Por qué Venezuela vuelve a votar?

Lo hace porque, aunque detrás del chavismo está la lógica de ingeniería socio política cubana, Chávez se consolidó en el poder por vía electoral con una confianza en el voto; incluso, cuando perdió aquel referéndum que llamaba a cambiar la constitución, lo aceptó aun con los nudillos ensangrentados. Pero por otro lado, toda la generación política actualmente opositora, se formó en una democracia, imperfecta, sí, pero centrada en el voto. Y, aun con la duda de las tendencias irreversibles a favor del oficialismo, tantas veces proclamadas en las elecciones anteriores, en el aire todavía se sigue respirando la idea del voto como vía, reactivada por el esperanzador llamado de María Corina con un liderazgo sin precedente.

Si no hubiera sido por la interrupción generada por Chávez, Venezuela hubiera compartido con Colombia el mérito de tener la democracia más larga desde el siglo XX con alternabilidad en el poder. Pero a Chávez, militar, outsider político y cautivador de masas, le salió bien el inicio del guion: fracasó en un golpe de Estado y luego llegó al poder bajo una serie de circunstancias que concluyeron en el escenario electoral, con abrumadora mayoría. De tal manera que el chavismo carga a cuestas la idea electoral aunque progresivamente en sus veintiséis años en el poder haya eliminado la prensa libre, fustigado la diferencia hasta llegar a la tortura, concentrado todo el poder en uno solo y obligado a siete millones de personas a salir de su país; por supuesto, también ha visto morir lentamente el fervor popular de otrora, por razones obvias.  

Venezuela en el siglo XXI terminó experimentando una neodictadura, cuyos gobernantes han tenido más de dos décadas para adaptar sus estrategias de permanencia en el poder, inspiradas en una retórica de izquierda sexy, aunque cada vez más débil, con elecciones en medio. Maduro se ve así obligado culturalmente a seguir insistiendo en la fachada electoral como imagen de un gobierno democrático, aunque, alejado de la varita mágica de su predecesor para enamorar a las masas, ha tenido que inventarse una reingeniería de partidos, con una oposición a su medida, inhabilitaciones, falta de observación, amenazas y falacias por delante.

Pero el tiro esta vez le ha salido por la culata al oficialismo y el ambiente se torna enrarecido: una campaña históricamente curiosa, con evidente voluntad de cambio y una mayoría visible de apoyo hacia un candidato de oposición, con una líder inhabilitada enfrente ¿Será limpio el proceso ante la posibilidad de que Maduro pierda? Las dudas aplican porque salir del poder apuntaría a ser juzgado por los desafueros y violaciones aceptadas otrora.

En América Latina las dictaduras militares del siglo XX terminaron llamando a elecciones por una serie de presiones internas o externas en las que el apoyo popular y el consenso de los militares primaba (Colombia, 1957; Ecuador: 1976; Argentina, 1983; Chile, 1990) y esto devino en transiciones hacia la democracia. Venezuela es hoy una neodictadura que juega a ser una democracia y por tal no sabemos si Maduro y su equipo estén dispuestos a respetar los resultados; Maduro no es popular, pero los militares han sido neutralizados: los retirados y los que permanecen al frente de las Fuerzas Armadas. Una condición que desconsuela, pero ahí están de nuevo los venezolanos, reactivando su disposición a votar como vía al cambio y eso, quizás, sea un elemento erosionador para el monstruo enquistado en el poder desde hace varias décadas. Quienes estamos afuera y no pudimos manchar nuestro dedo meñique esta vez, lo que se nos ocurre es abrazar a la distancia la voluntad democrática que nos legaron cuarenta años de períodos electorales, antes del chavismo. Porque el voto es un gen que perdura en Venezuela por varias generaciones.