La frontera colombo-venezolana nunca ha sido bien comprendida por
Caracas y Bogotá. Desde tiempos prechavistas y pre-uribistas, claro está; no es
éste un tema exclusivo de la farándula tropical actual. En realidad, quienes
suelen habitar zonas en las que culmina un país y empieza otro, han tenido que
tragarse el cuento geopolítico como un capricho histórico que sólo les compete
a los que, muy lejos, en las capitales, firman acuerdos y dibujan rayas sobre
el papel, imaginando un mundo de grandes muros. Pero en la práctica, ahí todos
los días la gente vive con un pie de un lado y del otro. En aquellas zonas
fronterizas en donde el paso es cotidiano, no hay arenga nacional que disuada,
por ejemplo, los amores, esos de donde luego surgen nuevos habitantes, que no
son nacionales, sino fronterizos, porque a nadie se le ha ocurrido preguntar
cuál bandera cubre el lecho de las noches románticas.
Esto, más que ser un estorbo, le ha servido a los políticos nacionales
de un lado y del otro para hacer de la frontera un tema que se aviva, según estén
ubicadas las piezas del ajedrez. En Venezuela, por ejemplo, en los tiempos del segundo
gobierno de Carlos Andrés Pérez, el talante orgullosamente gocho de este
presidente propició formalmente el período en el que recuerdo hubo más reuniones
colombo-venezolanas: la llamada Comisión Presidencial para Asuntos Fronterizos –COPAF y, más adelante con el
presidente Caldera, COPIAF- expresaba políticamente el avance de serias
discusiones alrededor del desarrollo fronterizo. Todavía recuerdo al gran
Pompeyo Márquez con las carpetas abultadas de papeles declarando permanentemente
sobre el tema. Por supuesto que este ambiente no impidió que desde los predios
nacionales se siguiera promoviendo el perfil de “aquellos y nosotros” y que,
dado el momento, el venezolano que sólo conocía de la frontera lo que se
desplegaba en los medios, mirara al colombiano de soslayo.
Pero la frontera Táchira-Norte de Santander es otro mundo. En los
tiempos de adecos y copeyanos, en Venezuela no faltó quien cedulara de manera
furtiva a colombianos, con fines electorales. Y los fronterizos iban
orgullosamente a votar en su condición binacional. Décadas más tarde el
presidente Hugo Chávez Frías haría explícita su consigna bolivariana y, al
menos en el año 2007, ya se corría la información de más de dos millones de
colombianos participantes del Movimiento Bolivariano y que terminaron pintando
su dedo meñique en favor del chavismo. Cuidado, quizás, si no sería a cambio de
pedazos de tierra, en donde fueron construidos ranchos hoy derrumbados por órdenes
del propio chavismo.
También, en esos lugares, hay espacio para la viveza que, siendo
fronteriza, podría ser doble porque es capaz de sumar el talante nacional de
tramposos de un lado y de otro, y sacarle el provecho a la desidia en políticas
públicas. Porque las fronteras, al igual que incomprendidas, también suelen ser
olvidadas. Y de esta forma, los gobiernos se hacen la vista gorda para una zona
que está casi tan lejos que no pertenece a nadie. En estas zonas, donde las
leyes nacionales se van desdibujando con los kilómetros de distancia, se
imponen redes de control local, con gente de allá, de acá, de aquí y de ahí.
Todos sabemos que la frontera es un indicador importante de la condición
de cada país y que, de manera natural, las desigualdades se acentúan con el
contraste económico nacional que obliga a los locales a trabajar y ganar en una
moneda de un lado y vivir en el otro, conformándose un cordón cultural histórico
entre los dos países que no se diluye pegando un grito desde las capitales.
Tratándose de un problema binacional, el contrabando, por ejemplo, una
de las expresiones más complejas de la frontera, no se resuelve aislando un
país y cerrando puentes con alambres de púas. Ningún producto de un país,
saldría en cantidades exorbitantes sin la ayuda de una red compleja, mucho más
de lo que se piensa en las capitales, en las que el vendedor final es,
como siempre, un eslabón pequeñito y débil. Cuando Maduro, en un acto arbitrario
que la historia se encargará de registrar en su momento, decide cerrar la
frontera Táchira-Norte de Santander y expulsar a colombianos, no está haciendo
otra cosa que humillar a quienes poco tienen que ver con lo estructural del
problema del contrabando. Antes que eso, primero debió cambiar a todos los
guardias nacionales que en las alcabalas, van quedando como unidades receptoras
de dinero, camufladas con gestos serios y que envían “mensaje de García” a
gente en las esquinas, hasta que finalmente la mercancía llega a territorio
colombiano. Sin hablar de aquellas rutas que no se ven y que en horarios
nocturnos podrían haber llegado a establecer pasos más complejos con intermediarios
sofisticados. Desconozco el problema de la droga y el paramilitarismo en la
zona fronteriza colombo-venezolana, pero si se reconoce que es una condición de
los últimos 15 años, lo más sensato es también pensar que alguna debilidad se
habrá encontrado del lado venezolano para permitir que esto sucediera durante
el período chavista.
Del lado colombiano también tendrían que reclamar los fronterizos: un
gobierno nacional y local que históricamente ha ido corriendo el problema del
contrabando de gasolina, por ejemplo, promoviendo figuras legales entre los
llamados “pimpineros”, con puestos informales en Cúcuta, con el riesgo de ser
explotados algún día por lo improvisado de estos negocios. El alcalde actual de
Cúcuta ha prometido “empleos temporales” para la gente que llega en buses,
deportada de Venezuela. Uno siente que la promesa es poco seria y que en
realidad, debería plantearse un programa de desarrollo para el Norte de
Santander que no dependa económicamente de una actividad que a todas luces es ilegal. Uno siente que las autoridades colombianas están prendiendo la velita a
escondidas, para que reviva aquello que ha permitido dar de comer a gente
humilde, mientras otros más grandes reciben la tajada ingente del negocio.
Uno no termina entendiendo bien cuál es la razón del cierre actual de la
frontera Táchira-Norte de Santander, porque es obvio que el problema del desabastecimiento
en Venezuela va a continuar, si no se acude a un cambio radical en las
políticas económicas del país. Es probable que los colombianos cedulados con
fines electorales ya no sean tan útiles como lo soñó Chávez. Por ahora, cada
quien intenta moverse rápidamente ante esta arbitraria decisión: políticos
colombianos como Uribe descubren en la frontera colombo-venezolana un terreno
fértil para la próxima contienda electoral regional en su país; unos soldados venezolanos
que, a cambio de billete en mano, dejan pasar a personas de un lado a otro; rutas
nocturnas inimaginadas, mientras cientos de personas colombianas duermen en
carpas; niños que ya no cruzan la frontera para aprender a leer los
pensamientos bolivarianos, taxistas que se mueven despacio; una ministra colombiana
que promete nacionalidad a los venezolanos que quieran reunirse con sus
familias; gente venezolana que ya no puede pasar a comprar la medicina escasa
en propio territorio; profesores, artistas, delegados que deben regresar a su
destino sin cumplir con programas binacionales académicos y culturales;
turistas con maletas en medio del puente; enseres domésticos flotando en un río
que se lleva las esperanzas de los más pobres. Cuando un gobierno decide históricamente
cerrar un paso fronterizo como el del Táchira-Norte de Santander, lo que resta
es esperar que cada quien asuma el uti
possidetis iuris y demarque en su cabeza las fronteras que le corresponde.