sábado, 10 de febrero de 2018

Inmigraña



Los de adentro
Ellos van a estar bien. Se quedarán en casa deshojando el calendario entre horas mal trajinadas, con la esperanza envuelta en papel reserva. Como agotando las ganas sin saber qué hacer. Estarán bien, caminando entre calles inseguras, pero precisas. No tendrán alma que comprar (las últimas almas en oferta pasaban de 100mil) ¿Dónde habrá un cajero que arroje dinero para adornar un par de minutos de cualquier día? Pero digamos que estarán bien. Podrán mirar  al vecino de siempre y se reconocerán en su presente continuo, exiguo, iba a decir demacrado. Es decir, bien. Mirarán la valla destruida, derruida, ajada y creerán que es la misma que miraron siempre. Seguirán mentando la madre y nadie volteará a preguntarles de dónde son. Adornarán la fatiga con dulzor. Y hasta les dará tiempo de descorrer el velo cada vez que alguien les prometa un cambio.

Los de afuera
Ellos estarán bien. Se irán volando, nadando o caminando, imaginando lo nuevo entre agobios. Dejarán a un lado la hora cero, aunque tendrán que descifrar las estrofas de los pregones, de los versos patrióticos, de los guiños inexplorados. Cortarán las frases en cada frontera. Perderán tiempo en vencer su idea del otro, estarán desnudos de lo común, pero estarán bien. Andarán venciendo sus propias mañas camufladas de foráneos y tendrán que llenar páginas de desconcierto. Pero descubrirán rincones con filas diluidas. Podrán comer y ahogar sus quejas en la merienda. Calmarán las ampollas y estarán bien. Se extrañarán de sus propias mentadas de madre. Mirarán las estatuas con cariño, como arropando una historia ajena. Y terminarán preguntándose por la nacionalidad de las miserias.