Los de adentro
Ellos
van a estar bien. Se quedarán en casa deshojando el calendario entre horas mal
trajinadas, con la esperanza envuelta en papel reserva. Como agotando las ganas
sin saber qué hacer. Estarán bien, caminando entre calles inseguras, pero
precisas. No tendrán alma que comprar (las últimas almas en oferta pasaban de
100mil) ¿Dónde habrá un cajero que arroje dinero para adornar un par de minutos
de cualquier día? Pero digamos que estarán bien. Podrán mirar al vecino de siempre y se reconocerán en su
presente continuo, exiguo, iba a decir demacrado. Es decir, bien. Mirarán la valla
destruida, derruida, ajada y creerán que es la misma que miraron siempre. Seguirán
mentando la madre y nadie volteará a preguntarles de dónde son. Adornarán la
fatiga con dulzor. Y hasta les dará tiempo de descorrer el velo cada vez que
alguien les prometa un cambio.
Los de afuera
Ellos
estarán bien. Se irán volando, nadando o caminando, imaginando lo nuevo entre
agobios. Dejarán a un lado la hora cero, aunque tendrán que descifrar las
estrofas de los pregones, de los versos patrióticos, de los guiños
inexplorados. Cortarán las frases en cada frontera. Perderán tiempo en vencer
su idea del otro, estarán desnudos de lo común, pero estarán bien. Andarán
venciendo sus propias mañas camufladas de foráneos y tendrán que llenar páginas
de desconcierto. Pero descubrirán rincones con filas diluidas. Podrán comer y
ahogar sus quejas en la merienda. Calmarán las ampollas y estarán bien. Se
extrañarán de sus propias mentadas de madre. Mirarán las estatuas con cariño,
como arropando una historia ajena. Y terminarán preguntándose por la
nacionalidad de las miserias.