domingo, 21 de marzo de 2021

Lágrimas recicladas

 

Esta mañana pasó el recolector de lágrimas y terminó de limpiar mi zona; le pedí que me dejara unas cuantas.

      -    No, señora, éste es mi trabajo. No podría permitirme yo dejar suelto por ahí material que empañare el compromiso ciudadano de aportar lágrimas para estandarizar la tristeza- comentó el reciclador sin clemencia.

Le fui entregando mis lágrimas una a una. Empecé por las más pequeñas, las que saltan independientes, desperdigadas como canicas. Tuve que buscar algunas debajo del sofá. Muchas habían ido a parar ahí el día en el que los recuerdos infantiles volcaron mi mente: calles sucias, polvorientas, desorientadas, pero precisas en gracia; una vereda larga que no acababa nunca, por más que quisiera pensar en otra cosa; la cuerda saltando una y otra vez, a veces torpemente, el sudor, el bolsillo roto, los secretos bajando por la entrepierna y un pedacito de color rojo carmesí dentro de la cartuchera. Vi a mis amigos tan pequeños como yo, cómplices pero implacables, iba decir que allá al otro extremo, pero verdad que no se acaba, la vereda no tiene fin.

-Q        - Qué manera de llorar a destajos y dejar un desorden de lagrimitas- reclamó el recolector.

Es verdad. Había prometido que no lo volvería a hacer, sin mucho éxito. Miré allá, junto a la pata de la silla, dos lágrimas más, de esas que caen cuando uno se entera, justo en la página 24, que el protagonista de la historia no encontraría la habitación que andaba buscando.    

-                     - Mire ésta ¿cómo es que fue a parar a esa rendija?

En realidad, esa lágrima la quería mantener cerquita de mí. Había rodado en medio de una melodía suelta en modo menor. Y yo con aquellas ganas de hacer la segunda voz, tan triste.

-                       - Si quiere, vengo mañana, cuando usted esté por fuera y así no tiene que…

Insistí en que se quedara y decidí ayudarlo con las lágrimas más pesadas, difíciles de mover. Algunas las entregué en forma solícita, con bondad, lágrimas verdaderamente reciclables, compatibles con cualquier tipo de tristeza. Para aquellos que no pueden llorar siempre es útil.

-                          -Acá está otra, de las que yo llamo rebeldes. ¿De dónde habrá salido? -seguía el señor hablando, poco interesado en alguna respuesta.

Ya ni me acuerdo. Esa lágrima no debía ser mía porque estaba deforme. Yo, cuando lloro, me aseguro de moldear muy bien mis tristezas, con lágrimas redonditas. Salvo las que ruedan por mi país. Esas se van pegando por las esquinas hasta hacer un hilillo fino, casi imperceptible, alargado, inacabable. Como las veredas de mi niñez.

-                      - ¿Quiere que pase mañana? Así usted no tiene que…

En realidad, ya estábamos terminando. No era necesario postergar el servicio de lágrimas recicladas. Ya vendrá otro material en camino.