Gabriela Wiener inicia con voz muy baja los primeros espacios de su intervención en Ulibro, la Feria del Libro de Bucaramanga. Pareciera acorralada por el calor y yo, que a mis cincuenta y dos años no puedo ver a una mujer con gesto de abanico angustiado porque se me despierta una solidaridad que sale del vientre, empiezo a preocuparme más por eso que por lo que va a decir. Veo que la gente a mi alrededor tiene mucho calor y me tranquilizo.
Yo no la conocía. La agenda rica de Ulibro me
hizo pasar por encima su nombre y apellido; menos mal, la mente cuelga rinocerontes
donde en realidad hay hormigas (o al revés). Ahora que lo pienso, Wiener suena
a explorador ancestral. Gabriela habría aclarado en algún momento de su
presentación: el apellido que blanquea. Es una periodista y escritora peruana en
Madrid, dato que ya nos va diciendo suficiente.
Su más reciente publicación: Huaco retrato.
Busco en el diccionario y ahí está: “Huaco: objeto precolombino hecho de cerámica…
” y no sé por qué se me ocurrió pensar en la Venus de Willendorf, (el cerebro siempre me hace esa
jugarreta). Entonces, de la mano de la moderadora, Erika, intentamos hacer un
ejercicio de adentrarnos a una cueva para imaginarnos las diferentes capas del
libro. Cuando inicia, Gabriela pareciera no querer entrar
a ninguna cueva en ese momento. Emite un sonido entre idea e idea, una especie
de chasquido arrastrado con la lengua y el paladar, como si viniera de regreso
de una cueva no lineal, enlodada en sus diferentes capas y, casi, nos hiciera dudar de lo que va a decir.
Siendo su tatarabuelo Charles Wiener (esta vez mi
cerebro había acertado), su libro narra la sensación extraña de verse representada
en figuras precolombinas asentadas en museos europeos “arrancadas del patrimonio
cultural de mi país por un hombre del que llevo el apellido”. Pienso en la
gestión reciente de recuperación de piezas precolombinas que han empezado a retornar
a Colombia, un tour reivindicador de la noción de patrimonio. Primera capa de
la cueva. Me empiezo a interesar por lo que dice y el chasquido que hace se
escucha cada vez menos. O ya soy yo la que no lo escucha.
En la mitad de la cueva me encuentro con una
capa más enlodada y la presentación de Gabriela empieza a transcurrir por vaivenes
que me activan: el cuerpo como territorio, bandera que ondea dificultosamente
por otros lugares reivindicativos. Busco a Gabriela en Internet para intentar
asirla. La escucho con atención y se me antoja sincera en sus tránsitos. Poliamorosa
explícita. Liberal con amarras tradicionales, porque tampoco es que venimos de
otro planeta: “hay celos y follamos con la mujer blanca”. Habla Gabriela, el
personaje del libro y la escritora a su vez, la peruana de color marrón, la Wiener,
la poliamorosa, la del chasquido.
Times número siete
La primera edición de Sexografías, de Gabriela Wiener, se lanzó en el año 2008, una serie de crónicas periodísticas sobre situaciones cruzadas por identidades íntimas exploradas de diversas maneras; fisiologías, deseos y humedades poco contadas, casi incómodas para cualquier marco, conservador o liberal, todo un espectro narrativo donde el cuerpo es como un aeropuerto sin aduanas y los personajes follan en diferentes contextos, cuitas y resoluciones.
La edición ampliada (2022), quizás casi quince años
después de las notas originales, introduce un relato paralelo en sus notas a
pie de página que resultan casi tan interesantes como las crónicas mismas: en
letra times número siete podemos entrar a otra capa de la cueva, aquella más oscura
que no vio luz en su momento y que, pasados los años, Gabriela decide contar. Como
si el lodo de la cueva lo estuviese sacudiendo por partes, para poder
mantenerse a flote.
Gabriela pudo haber escogido hacer crónicas
sobre la pobreza, sobre la guerra, sobre las urbes afectadas por el
tráfico, las agendas culturales, o las
estadísticas inflacionarias. Pero no lo hizo. Escogió el sexo como tema central
y se insertó en el llamado periodismo gonzo, con una pluma solvente, airosa e
involucrada que lee la sociedad desde lo genital. Una apuesta arriesgada que
culmina en una forma honesta y con vaivenes para interpretar la sociedad, en íntimo y en colectivo.
Cualquiera hubiera esperado que pusiera distancia en ocasiones en las que la realidad abordada desbordara sus convicciones, pero no lo hizo: fue protagonista de gran parte de sus historias, se dejó azotar, se arrepintió y volvió. Sus crónicas dibujan una realidad cruda, sin filtro, de personajes explorados a pulso con una entrelínea radicalmente subjetiva, como desnudándose ella misma ante los dilemas propios de una sociedad que mide los placeres a punta de penetraciones.
Fue una interesante decisión relanzar
una edición ampliada con pie de páginas que transparentan más a una escritora
capaz decir “es mentira” eso que dije hace unos años, para luego desplegar
confesiones inesperadas, crudas, divertidas y hasta tiernas. Para quienes leyeron
la primera edición, debe tratarse como una segunda temporada. Los pies de
páginas de este libro terminan siendo la narración en estilo gonzo de una escritora
que ha ido cambiando con sus historias, al igual que sus personajes: protagonistas
de cama que envejecen, tienen hijos, hijas, se avergüenzan o reivindican su
mirada y hasta mueren deseando que la sociedad sea más justa, más honesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario