Se están quedando solos. Él, comiéndose su propio reflejo; ella, alisando los pliegues de la almohada para entretener la vigilia; rodeados de unos pocos, vestidos con insignias perturbadas de óxido, chorreando la lava sobre un terreno negro, lustrado sin ganas. Casi clandestinos. Solos.
Él se burla de sí mismo, hasta desmayar de risa de tanto verse en un mural distorsionado; ella estira sus comisuras para pintar el cuadro de felicidad que colgará en su casa vacía; los otros, pocos, se encuentran reventando cada órgano interno hasta matar la dignidad. Son ellos. Solos.
Él se asusta cuando el lente le devuelve su terquedad aumentada; ella luce elegante y se mira la punta del zapato porque sabe que le tocará bailar sin orquesta; no hay forma de saber qué hacen los otros, pocos, cuando no aplauden ni matan. Ahí van, tan solos. Ellos.
Ellos se están comiendo sus propias insignias. Ellos mascullan las siglas. Ellos empiezan a digerir mal el país porque todo les sabe a mierda. Ahí están, enterrándose. Tan solos.
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