Cada guerra tiene sus notas al pie de página; ésas que podemos saltar,
pero que después, cuando todo acabe, irán a formar parte del texto principal.
El niño en la cuna
El venezolano baila salsa con la muñeca suelta, haciendo giros
particulares con sus dedos y sonando el ritmo al compás de la música. Maduro
no. Él baila con los puños cerrados, como el niñito recién nacido que tiene
miedo, que te agarra el dedito y no lo suelta. A Maduro se le nota la falta de
sinceridad hasta en el baile; parece que estuviera empuñando lo poco que le
queda del país en esas manos. Suéltalo, Maduro. Haz historia de otra manera.
Mosca, mosca
En las calles del país una escena continua, tipo thriller, se interrumpe
para oír un pajarillo. El joven que toca violín, con la gorra hacia atrás y sin
camisa, desajusta la guerra, irrumpiendo el ritmo, así como los otros músicos
que ocupan primer plano en la marcha reciente. En el video puedo escuchar a
este joven que comenta, mientras toca: “mosca, mosca”, mientras en el fondo se
ve la humareda y se escuchan algunas detonaciones. Me pregunté si estaba
advirtiendo un cambio de tono a los que lo acompañaban o estaba pidiendo que no
se baje la guardia con los que, del otro lado, atacan con armas diferentes a la
del violín. Es un venezolano que también dice basta, blandiendo su arco, pero
decidió salir a marchar sin ingenuidad, toca un pajarillo y mantiene los ojos
abiertos, como diciendo: no caigamos en la trampa, el militar como enemigo es
grande y nos toca crecer como sociedad para enfrentar este monstruo.
La casa pone
Las fotos de la guerra se parecen, no importa de dónde y cuándo se
tomen. Son los pequeños héroes que brotan del anonimato y se encargan de
guardar el momento para sumar el registro histórico de la impotencia ante los
tanques, ante los que tienen botas y armas, escudos y balas hechas en algún rincón
del mundo y vendidas en promociones de temporada. Es la guerra de aquellos armados
a los que les toca el triste rol de obedecer al poder de turno, contra los que abren
los brazos y esperan, pantalones abajo, camisetas arriba, con una flor, con una
biblia, con un papagayo. Ya se encargará la historia de darle cabida a
cada quien, con sus balas perdidas, las vidas arrastradas, los pantalones dejados y
las huellas dejadas sobre este triste momento venezolano.
Hijo, deja ya de joder con la pelota
Los hijos del poder son sólo eso: hijos. Crecieron en medio de discursos
construidos para defender a sus padres, vivieron bien porque les tocó, pero (hasta
ahora) no tienen la culpa ni son responsables de la fábrica de hilos sutiles
que sus padres tejieron para separar lo bueno de lo malo, siempre con el cuento
a su favor. Probablemente no tuvieron ni espacio para preguntarse qué tenía que
ver la reivindicación de los pobres con los lujos y prerrogativas guardadas
para ellos. Unos afuera, otros adentro; unos ya con voz autónoma, otros con
risas nerviosas ante el grito de un desesperado que lo acusa en otro lado del
mundo, en calles muy lejanas al Cuartel de La Montaña, son sólo eso:
venezolanos víctimas de una generación perversa que cobijó a sus hijos como
unos protagonistas intocables, protegidos por el halo de un pájaro o una mariposa
extendida por una fábrica de bondades artificiales. Ellos empiezan a ser la piedra en el zapato de
quienes llevan casi veinte años en el poder. Esa piedra podría incomodar más que cualquier
opositor escandaloso.
PD: gracias a los fotógrafos que en pleno terreno registran la historia con sus imágenes. Sólo tengo como autor reconocido la foto de entrada de este post: @miguelgituierrezphoto A los anónimos, gracias por llenar las páginas con su trabajo.
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