A todos los que en estos ocho años han contribuido a confundir la gimnasia con la magnesia en Mérida.
Se
le ocurrió una vez a un escritor componer un tango que luego se hiciera famoso
con su proclama: veinte años no es nada; aunque por supuesto asomara esto en
contra de sus convicciones, y todos sepamos que se trata sólo de un guiño
literario, porque uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho años es ¡que
jode!, principalmente cuando toca andar en un país, cuyos mandatarios
decidieron poner el ritmo en contrapicado.
La Charlorra nació un 10 de octubre del año 2008. En realidad, debemos admitir que
fue concebida meses antes. La propuesta era atractiva pero también causó
incertidumbre, porque su concepto era raro: mezclar una barra con cervezas, entre el teclado de una computadora que
proyectaría en la pared unas láminas de power point con contenido académico, le
daba a la idea un perfil de paraíso ilusorio con pocas posibilidades de
subsistencia.
Cometimos
el error de hablar con Luis Balza, pues él logró explicarnos (mejor que todos
los textos sobre experiencias de café científico) lo que debíamos hacer y
terminó convenciéndonos. Hubo una mezcla de miedo y entusiasmo y decidimos
apostar a la intuición de una criatura que podría sobrevivir por un tiempito. Y
ahí estuvimos todos dispuestos, público, anfitriones y charlorra cómplice, como
si se tratara de una actividad muy seria. Porque había que imprimir mucha
seriedad a una propuesta que estaba impregnada de humor, sobre todo en un país,
cuyos mandatarios andaban haciendo ingentes esfuerzos por transformarse en una
caricatura.
Ese
día Alejandra Melfo habló de una máquina infernal que andaba amenazando el fin
del mundo ante la idea de ser tragado por un hueco negro. No, no se trataba de
una charla política. Ale nos habló del gran acelerador de hadrones, buen tema
para iniciar una agenda que confundiera la gimnasia con la magnesia. Después de
aquella primera charla, el 10 de octubre de 2008, era evidente que todos queríamos
volver el primer martes del mes siguiente. La gente empezó a clamar por más
Charlorra y hubo que imprimir más concepto, trabajo, disciplina, para responder
a las expectativas de eso que llaman pueblo ferviente buscando un pedacito de
patria en los rincones de una tasca.
En
ocho años han pasado tantas cosas que parecieran veinte y, como sabemos, eso sí
es algo. Por ejemplo, murió Michael Jackson, antes de que pudiéramos invitarlo
a una charlorra; se anunciaron noticias alentadoras sobre la posibilidad de
vivir en otra planeta como Marte, lo cual nos anima a una potencial sede
interplanetaria de La Charlorra; se anunciaron evidencias contundentes de la
existencia de la partícula más buscada, una buena excusa para que la Melfo
reincidiera como cómplice; contamos con un Papa que habla español, cosa que nos
ahorraría el traductor a la hora de invitarlo a La Charlorra; pero, sobre todo,
se consagró el milagro del siglo: la destrucción de la institucionalidad en
Venezuela, uno de los países más ricos del mundo, condición que reivindica a La
Charlorra entre las iniciativas más irreverentes del siglo XXI hecha en Mérida.
Podemos
llegar a afirmar sin lugar a dudas que La Charlorra es, junto a El Chigüire
Bipolar, una de las instituciones más prósperas y exitosas en un país donde la palabra “Institución” anda de
etiqueta puesta entre los enseres domésticos de limpieza sanitaria.
Debemos
ser justos con la Historia: la institucionalidad de La Charlorra, como bastión
contracultural en el país, se debe a su público, a Luis, Ángel y el equipo de
La Chistorra, a los cómplices entusiastas y a Ascanio. Por allá por el año
2068, cuando Venezuela vuelva a ser un país próspero y los historiadores quieran
acercarse al triste paréntesis de principios del siglo XXI, se encontrarán con
una buena pregunta de investigación: ¿por qué la gente se reunía de manera
continua y persistente, todos los primeros martes de cada mes en aquella Mérida
golpeada por los caprichos del populismo folklórico caribeño, en medio de una
institución llamada Charlorra, para apostar por el arte, la ciencia, la
creación, el diálogo y el debate aderezado por el alcohol. ¿Por qué, ante la
penuria creciente, había una Charlorra inmune? ¿Por qué?
Ya
para ese año 2068, La Charlorra estará cumpliendo sesenta años y seguramente
para ese gran aniversario, los historiadores se habrán acercado a una hipótesis
viable: en aquella lejana época de principios del siglo XXI, había gente que
seguía creyendo en la razón como la única arma posible para resistir a la
barbarie.
Ysabel Briceño
Bucaramanga, 01 de noviembre
de 2016
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