domingo, 23 de junio de 2024

Gracias, Argelia


La primera vez que te vi llegaste al salón con unas carpetas que se desbordaban de papeles. Periodismo interpretativo. A buscar la información y nos vemos en un par de horas. ¡¿queeeeé?! Saliste decidida y en efecto, nos volvimos a ver a diez para las doce. Entendí la premura del periodismo. 

Me encantaba escribir y disfrutaba leer la realidad, convertirla en palabra. No me iba mal y empecé a sentirme confiada. Pero un día no me bastó con la intuición y saqué muy baja nota. ¡¿Queeeeé?! Me paralizó tu respuesta en público: "¿Qué querías tú? Eso que me entregaste es una cagada". Entendí la exigencia. 

Un día nos dejaste toda la mañana viendo programas de Sofía Ímber. Yo muy atenta con los invitados de altura. Después de unas horas nos preguntaste: ¿Qué les pareció? Muy bueeeeena. Y nos respondiste: "pues sigan estudiando porque eso es exactamente lo que no se hace cuando se entrevista". Tomaste tus cosas y saliste en silencio. Entendí la escucha. 

Me invitaste a tu casa y me sentí tu par. Pasábamos de la cerveza al libro, del titular al chiste. Del desacuerdo al abrazo. Del ritmo a los olores de cocina. De lo público al secreto. Entendí la complicidad. 

Estudié periodismo económico, pero tú me empujaste al periodismo científico. Me brindaste espacios, congresos, experiencias que me anclaron a la magia imperfecta de la ciencia, al método. Entendí la escuela. 

Un día te cortaste el cabello muy corto y te fuiste a España. Te veías hermosa, regia. Te vi tan noble, tan grande, tan entusiasta, que aprendí de tu risa. Regresaste de España y decidiste vivir en Mérida. Gran regalo: mi colega, mi hermana, mi cómplice en la misma ciudad. Hicimos taichí, te leí a Veríssimo (¿mí tarzan, tú jane?) bailamos tango (ocho por delante, ocho por detrás y pausa al ritmo del bandoneón). Fuiste jurado de mi tesis de maestría: la democracia en primera página. No paramos de disertar. No paramos de reír. No paramos de hacer zigzag. Aprendí la belleza de lo sencillo. 

Celebramos tus cincuenta y proclamaste tu derecho a decir que no, sin ningún rodeo. En la playa te arrastrabas feliz en la arena sin importar quién te viera, gritando tu derecho a sentirte niña. También proclamaste tu derecho a ser libre en la madurez, con tu cabello blanco, contracorriente, hasta que nos restregaste nuestros prejuicios y entonces empezamos a verte tan deslumbrante. Aprendí sobre las grandes libertades pequeñas. 

De repente parabas de hablar y hacías preguntas verificadoras en tono de secreto ¿yo también soy así? ¿Estoy hablando mucho? ¿Había papel cuando fuiste al baño? Acariciabas con tus dedos la tela cercana, mirabas con distracción la textura y de repente, volvías a lanzar tu reflexión profunda sobre la ética, la época, la estética. Aprendí las capas de la vida. 

Quisiste a mi madre y la buscabas para ir a la iglesia. Quisiste a mi hijo con gran ternura. Quisiste a quienes quise. Nos recreaste en forma de tela, pequeños tejidos despeinados que asomaban nuestra esencia. Aprendí las costuras de la vida. 

Fuiste mi tutora de tesis doctoral. Un vaivén de dudas y certezas nos separaron y unieron muchas veces. Con paciencia esperaste mi búsqueda. Aprendí la espera. 

La última vez que nos vimos te regalé un erizo de tela. Un día me escribiste que sus ojitos te enamoraban. Yo te alcancé a escribir: "Es como si fuera un garabatico de ideas tiernas vigilando el caos. Un matiz de pepitas alertas para hacer del susurro unos hilitos espelucados que cosquillean lo espeso. Parece un loquito imitando a mi amiga Argelia empatucarse de arena en la playa. Es, a todas estas, un buchachito redondo tratando de hacer los dibujos dentro de la línea, con poco éxito, casi esperando el retoque de lo espontáneo". Quería decirte tanto. 

No me canso de ver los últimos chat, tan ocurrentes. En medio de la incertidumbre jugamos a escaparnos para ir a la playa y nos llevábamos el erizo con un gran sombrero. Me dijiste: "si no me ves cuando llegues, no le pares. Allí está mi cuerpo astral 😉". Sé que hablabas en serio, pero yo me refugié en emoticones. Quería decirte tanto, pero no pude. 

Gracias, Argelia, por todo lo que fuiste en mi vida. Ahí estarás en la playa. Eso fue lo que quise decirte.

2 comentarios:

Carmen Aidé dijo...

Dos mujeres entretejidas en sueños y realidades. Dos, con una sola mirada. Sin palabras para decir cuanto las quiero y cuanto las admiro. Ahora se lo digo a la que queda en este mundo físico, pero igual la astral también recibe el mensaje.
Un beso inmenso.

Tarín dijo...

Qué conmovedor, Ysabel, gracias por transmitir con tanto amor el desconcierto de la despedida. Compartí con la profesora Argelia en su cátedra de Periodismo Científico, la única vez que me "eché" las cartas fue para tener referencias y hacer un reportaje sobre las seudociencias que nos asignó. Siempre la recordé (y lo seguiré haciendo) por hablarnos del uso sexista del lenguaje; desde entonces renuncié al sustantivo "hombre" para referirme a los seres humanos o a la Humanidad. Con certeza, fueron muchas más sus enseñanzas y maneras de inspirar. Hoy honro su genuina forma de ser y le agradezco también porque, aunque no recuerdo con exactitud cómo fue, intuyo que gracias a ese increíble vínculo entre ustedes, se abrió un espacio para los pasantes en Fundacite Mérida, donde tuve el gusto de aprender y compartir con usted, Ysabel. Un fuerte abrazo, y mucha luz para la gran Argelia☀️