domingo, 27 de junio de 2010

Árbitros y periodistas: ocupaciones sobre el mismo terreno


A propósito de la celebración del día del periodista en Venezuela, no nos quedó otra que ceder ante otra (gran) fiesta, posando los ojos del alma sobre las canchas de Sudáfrica y compartiendo con el mundo la gala de emociones que significa ese fenómeno del fútbol. Las ofrendas florales y las reflexiones sobre la profesión del comunicador fueron rápidamente sustituidas por la prioridad establecida de balón y cancha. En cierta forma se agradece, porque se redujo el riesgo de tener que calarse tanto argumento desteñido ante la defensa de una ocupación que si se sigue viendo con los ojos del siglo XX se va a quedar un día de éstos mirándose el ombligo en solitario. Sin hablar de otros discursos maniqueístas que suelen darse colita con estas celebraciones y que ahogan la autocrítica por el sólo hecho de mantenerse en guardia ante los ataques.

De tal manera que he descubierto la utilidad del fútbol para evitar males mayores. Pero si se le mira con ojos maliciosos, de esos que se requieren eventualmente, podemos decir que, más allá de la taquicardia ocasionada entre patadas, empujones, picardías y cierta estrategia, dos partidos de fútbol fueron la mejor advertencia para la ocupación del periodista: pudimos ver el comprometido papel de quien, aunque tenga aún el poder de decidir los goles de esta vida, no podría dormir tranquilo ante tanta evidencia atestiguada por millones de personas sobre un terreno en el que todos somos árbitros.

Resultó interesante que dos de los mejores árbitros de un mundial de fútbol no sólo sean capaces de equivocarse, sino que, al darse cuenta de su error, no pudieran retroceder una decisión injusta; aunque lo nuevo, como se sabe, es que en cada rincón del mundo, en forma paralela, existió un árbitro que cómodamente en su casa fue capaz de determinar la certeza de tal decisión, gracias a la milimétrica precisión que ofrecen las tecnologías de información y comunicación (TIC). Es el mundo como un balón vigilado en forma virtual.

Segundos después de haberse dado un pitazo, el árbitro de fútbol de estos tiempos tiene que preguntarse si tiene sentido su función única sobre una cancha vigilada por millones de personas. En este momento es cosa, por supuesto, de la FIFA, pero podemos atrevernos a advertir que este asunto no es aislado. La organización mundial del fútbol enseguida planteó que no podría cederse ante las nuevas tecnologías, defendiendo el error humano como parte de la naturaleza del fútbol; no puedo entender cómo la injusticia pueda justificarse de esta manera. Yo creo que bastante humana se hace una actividad como el fútbol con esa impredecible conducta de los jugadores sobre la cancha, pese a los pronósticos de los analistas. No es por nada, pero las declaraciones del secretario general de la FIFA son casi tan absurdas como seguir defendiendo en otros terrenos la casi total autoridad que el siglo XX le otorgara a los profesionales de la comunicación, para decidir las emociones cotidianas, enrumbadas por goles noticiosos.

Una gran metáfora se posa sobre la cancha de fútbol, haciéndole un guiño a los que suponen que las profesiones son inalterables. Ante tanto árbitro capaz de vigilar el oficio de la narrativa cotidiana, además de las posibilidades que generan las TIC para desconcentrar esa actividad de asociar, contrastar y comunicar, es válido preguntarse si los periodistas no debemos entrar, junto a los árbitros de fútbol a la fila de profesionales que deben poner su armadura con honestidad y amplitud y comprender que los roles se transforman y que, ante una lógica virtual, colaborativa, de construcción de redes, algunas ocupaciones deben montarse en un banquito y haciéndose eco de la inteligencia que debe imperar en quienes por un tiempo se les hubiera dado la función de decidir goles y discursos, moderar la vida de otra manera. Y, digo yo, sería una forma de evitar las excusas para que otros árbitros con talante mesiánico nos metan un gol no aspirado sobre el terreno.