miércoles, 15 de agosto de 2012

Aquiles está en mi baúl


Yo inventé a un hombre llamado Aquiles Nazoa. Sí. No fue que lo inventé en mi cabeza. Fue que yo lo creé. Yo lo hice ¿No me creen? Les voy a contar un cuento.

Yo soy una muñeca de trapo. Tengo 72 años y me hizo doña Julia una tarde de mucha tristeza. Recuerdo que cuando pude verla por primera vez tenía los ojos llorosos. Julita me hizo con un retazo del vestido de Gloria al que se le fueron pegando tiritas de seda. Tengo un ojo negro y otro azul, no porque doña Julia no tuviera suficiente botones, no; sino porque ella pensaba que yo debía ver el mundo con diferentes matices; perspectivas, que llaman. Lo cierto es que en 5 horas, ahí estaba yo, muy sentada y solitaria, con las piernas cruzadas y un bracito en la sillita marrón en donde Julia me había instalado. Inmediatamente entendí el asunto: Julia es mi mamá y yo estoy acá para una misión importante. Pasaron 20 años y yo ahí, sentada con mis piernas cruzadas. Pacientemente esperando la misión que me correspondería cumplir en algún momento.

Un día me quedé dormida y desperté entre decenas de muñecas, horriblessss, ah muñecas para tener mal gusto. Yo nunca había estado con tanta gente, imagínense 20 años elegantemente esperando mi misión, solitaria, y de repente me veo en aquel cuarto con aquellas muñecas que parecían hechas en una tarde sin alma.   A mí nadie me preguntó si yo quería estar en aquel lugar, como a ustedes les habrá pasado muchas veces. Pero ahí estaba yo, mirando el lado negro y el lado azul de todo aquel panorama.

Pasé días largos esperando a Julia. Nunca llegó. Entonces me tocó administrar mi valentía como mejor pude. Entendí que el mundo no era sólo de color azul o negro, sino que un arcoiris de frustraciones y alegrías podía combatir con los charcos de barro. Y ustedes se preguntarán, pero bueno, cuál es la angustia, si se encontraba con tanta gente, no podía compartir sus emociones con ese montón de muñecas…Nooooo. Es que el problema es que aquellas muñecas no tenían vida. Sí, así como les digo: muertas. No eran más que retazos soldados de puro capricho. No sentían. No eran…muñecas, pues.

Entonces me dije: la misión. Esto es. Yo fui hecha para mejorar este mundo de muñecas. Y decidí comenzar. En aquel mundo lo que faltaba era un muñeco que amara las cigüeñas, que flirteara suavemente con las hebras despeinadas e ilusionara los bracitos de trapo.   Y me propuse crearlo. Pasé 7 días haciéndolo; o casi: el muñeco nació de una alpargata desgastada de tanto pasillo endurecido. El segundo día pinté unas torticas de aserrín y fui moldeando su alma. Pasé horas recortando silencios adecuados hasta que por fin! Pude urdir su palabra. Al tercer día ya había pintado su corazón de madeja olorosa a materos chiquiticos. Y todo el cuarto día me la pase enseñándole modales de héroes fatigados. El quinto día ya sabía cantar canciones de algodón y el sexto día me quedé dormida. Cuando me levanté al séptimo día, aquel muñeco estaba ahí mirándome con la mirada más dulce que jamás yo hubiera conocido. Y me dijo plácido: me levanté antes de tu orden, pero ya hice una pequeña reunión con las muñecas de este rincón.

Lo demás es puro cuento sabido.  Aquel muñeco, a quien decidí llamarle Aquiles porque me parecía un mito griego con los descocidos enternecidos, no hizo más que alegrar el mundo de muñecas. Se pasó la vida contando botones y alborotó las asambleas de animales. Aquel misterioso muñeco, fue tan extraño que hay quien se atreve a decir que era un humano, de esos que hacen cartas apuradas en los días de huelga. Pura especulación. Aquiles Nazoa está en mi baúl y todas las mañanas me acompaña a contar las hormigas y cambiar los pañales a las tortugas más chiquiticas. Lo demás, es puro cuento sabido.