Yo inventé a un hombre llamado Aquiles Nazoa. Sí.
No fue que lo inventé en mi cabeza. Fue que yo lo creé. Yo lo hice ¿No me
creen? Les voy a contar un cuento.
Yo soy una muñeca de trapo. Tengo 72 años y me
hizo doña Julia una tarde de mucha tristeza. Recuerdo que cuando pude verla por
primera vez tenía los ojos llorosos. Julita me hizo con un retazo del vestido
de Gloria al que se le fueron pegando tiritas de seda. Tengo un ojo negro y
otro azul, no porque doña Julia no tuviera suficiente botones, no; sino porque
ella pensaba que yo debía ver el mundo con diferentes matices; perspectivas,
que llaman. Lo cierto es que en 5 horas, ahí estaba yo, muy sentada y solitaria,
con las piernas cruzadas y un bracito en la sillita marrón en donde Julia me
había instalado. Inmediatamente entendí el asunto: Julia es mi mamá y yo estoy
acá para una misión importante. Pasaron 20 años y yo ahí, sentada con mis
piernas cruzadas. Pacientemente esperando la misión que me correspondería
cumplir en algún momento.
Un día me quedé dormida y desperté entre decenas de muñecas, horriblessss, ah muñecas para tener mal gusto. Yo nunca había estado con tanta gente, imagínense 20 años elegantemente esperando mi misión, solitaria, y de repente me veo en aquel cuarto con aquellas muñecas que parecían hechas en una tarde sin alma. A mí nadie me preguntó si yo quería estar en aquel lugar, como a ustedes les habrá pasado muchas veces. Pero ahí estaba yo, mirando el lado negro y el lado azul de todo aquel panorama.
Pasé días largos esperando a Julia. Nunca
llegó. Entonces me tocó administrar mi valentía como mejor pude. Entendí que el
mundo no era sólo de color azul o negro, sino que un arcoiris de frustraciones y
alegrías podía combatir con los charcos de barro. Y ustedes se preguntarán,
pero bueno, cuál es la angustia, si se encontraba con tanta gente, no podía
compartir sus emociones con ese montón de muñecas…Nooooo. Es que el problema es
que aquellas muñecas no tenían vida. Sí, así como les digo: muertas. No eran
más que retazos soldados de puro capricho. No sentían. No eran…muñecas, pues.
Entonces me dije: la misión. Esto es. Yo fui
hecha para mejorar este mundo de muñecas. Y decidí comenzar. En aquel mundo lo
que faltaba era un muñeco que amara las cigüeñas, que flirteara suavemente con
las hebras despeinadas e ilusionara los bracitos de trapo. Y me propuse crearlo. Pasé 7 días haciéndolo;
o casi: el muñeco nació de una alpargata desgastada de tanto pasillo
endurecido. El segundo día pinté unas torticas de aserrín y fui moldeando su
alma. Pasé horas recortando silencios adecuados hasta que por fin! Pude urdir
su palabra. Al tercer día ya había pintado su corazón de madeja olorosa a
materos chiquiticos. Y todo el cuarto día me la pase enseñándole modales de
héroes fatigados. El quinto día ya sabía cantar canciones de algodón y el sexto
día me quedé dormida. Cuando me levanté al séptimo día, aquel muñeco estaba ahí
mirándome con la mirada más dulce que jamás yo hubiera conocido. Y me dijo
plácido: me levanté antes de tu orden, pero ya hice una pequeña reunión con las
muñecas de este rincón.
Lo demás es puro cuento sabido. Aquel muñeco, a quien decidí llamarle Aquiles
porque me parecía un mito griego con los descocidos enternecidos, no hizo más
que alegrar el mundo de muñecas. Se pasó la vida contando botones y alborotó
las asambleas de animales. Aquel misterioso muñeco, fue tan extraño que hay
quien se atreve a decir que era un humano, de esos que hacen cartas apuradas en
los días de huelga. Pura especulación. Aquiles Nazoa está en mi baúl y todas
las mañanas me acompaña a contar las hormigas y cambiar los pañales a las
tortugas más chiquiticas. Lo demás, es puro cuento sabido.
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