martes, 16 de mayo de 2017

Resaca del siglo XXI





Se están quedando solos. Él, comiéndose su propio reflejo; ella, alisando los pliegues de la almohada para entretener la vigilia; rodeados de unos pocos, vestidos con insignias perturbadas de óxido, chorreando la lava sobre un terreno negro, lustrado sin ganas. Casi clandestinos. Solos. 

Él se burla de sí mismo, hasta desmayar de risa de tanto verse en un mural distorsionado; ella estira sus comisuras para pintar el cuadro de felicidad que colgará en su casa vacía; los otros, pocos, se encuentran reventando cada órgano interno hasta matar la dignidad. Son ellos. Solos.

Él se asusta cuando el lente le devuelve su terquedad aumentada; ella luce elegante y se mira la punta del zapato porque sabe que le tocará bailar sin orquesta; no hay forma de saber qué hacen los otros, pocos, cuando no aplauden ni matan. Ahí van, tan solos. Ellos.

Ellos se están comiendo sus propias insignias. Ellos mascullan las siglas. Ellos empiezan a digerir mal el país porque todo les sabe a mierda. Ahí están, enterrándose. Tan solos. 

domingo, 7 de mayo de 2017

Notas al pie de página (Capítulo Venezuela)


Cada guerra tiene sus notas al pie de página; ésas que podemos saltar, pero que después, cuando todo acabe, irán a formar parte del texto principal.


El niño en la cuna

El venezolano baila salsa con la muñeca suelta, haciendo giros particulares con sus dedos y sonando el ritmo al compás de la música. Maduro no. Él baila con los puños cerrados, como el niñito recién nacido que tiene miedo, que te agarra el dedito y no lo suelta. A Maduro se le nota la falta de sinceridad hasta en el baile; parece que estuviera empuñando lo poco que le queda del país en esas manos. Suéltalo, Maduro. Haz historia de otra manera.


Mosca, mosca

En las calles del país una escena continua, tipo thriller, se interrumpe para oír un pajarillo. El joven que toca violín, con la gorra hacia atrás y sin camisa, desajusta la guerra, irrumpiendo el ritmo, así como los otros músicos que ocupan primer plano en la marcha reciente. En el video puedo escuchar a este joven que comenta, mientras toca: “mosca, mosca”, mientras en el fondo se ve la humareda y se escuchan algunas detonaciones. Me pregunté si estaba advirtiendo un cambio de tono a los que lo acompañaban o estaba pidiendo que no se baje la guardia con los que, del otro lado, atacan con armas diferentes a la del violín. Es un venezolano que también dice basta, blandiendo su arco, pero decidió salir a marchar sin ingenuidad, toca un pajarillo y mantiene los ojos abiertos, como diciendo: no caigamos en la trampa, el militar como enemigo es grande y nos toca crecer como sociedad para enfrentar este monstruo.

La casa pone

Las fotos de la guerra se parecen, no importa de dónde y cuándo se tomen. Son los pequeños héroes que brotan del anonimato y se encargan de guardar el momento para sumar el registro histórico de la impotencia ante los tanques, ante los que tienen botas y armas, escudos y balas hechas en algún rincón del mundo y vendidas en promociones de temporada. Es la guerra de aquellos armados a los que les toca el triste rol de obedecer al poder de turno, contra los que abren los brazos y esperan, pantalones abajo, camisetas arriba, con una flor, con una biblia, con un papagayo. Ya se encargará la historia de darle cabida a 

cada quien, con sus balas perdidas, las vidas arrastradas, los pantalones dejados y las huellas dejadas sobre este triste momento venezolano.


Hijo, deja ya de joder con la pelota
Los hijos del poder son sólo eso: hijos. Crecieron en medio de discursos construidos para defender a sus padres, vivieron bien porque les tocó, pero (hasta ahora) no tienen la culpa ni son responsables de la fábrica de hilos sutiles que sus padres tejieron para separar lo bueno de lo malo, siempre con el cuento a su favor. Probablemente no tuvieron ni espacio para preguntarse qué tenía que ver la reivindicación de los pobres con los lujos y prerrogativas guardadas para ellos. Unos afuera, otros adentro; unos ya con voz autónoma, otros con risas nerviosas ante el grito de un desesperado que lo acusa en otro lado del mundo, en calles muy lejanas al Cuartel de La Montaña, son sólo eso: venezolanos víctimas de una generación perversa que cobijó a sus hijos como unos protagonistas intocables, protegidos por el halo de un pájaro o una mariposa extendida por una fábrica de bondades artificiales. Ellos empiezan a ser la piedra en el zapato de quienes llevan casi veinte años en el poder. Esa piedra podría incomodar más que cualquier opositor escandaloso.

PD: gracias a los fotógrafos que en pleno terreno registran la historia con sus imágenes. Sólo tengo como autor reconocido la foto de entrada de este post: @miguelgituierrezphoto A los anónimos, gracias por llenar las páginas con su trabajo.