miércoles, 1 de enero de 2025

Cien años en 400 páginas y ocho capítulos en Netflix

Cien años de soledad fue escrita y publicada hace más de 50 años.  Como para ser olvidada ya,  para los ritmos de estos tiempos.  En los últimos 20 años ha pasado mucho más que todos los inventos de varios siglos presentados por Melquiades en Macondo: el hielo,  la brújula,  el imán, la pianola. Y sin embargo hoy vuelvo sobre el papel amarillento,  el libro físico de 412 páginas.  La primera vez que leí la novela,  hace 35 años,  esculcaba las palabras; descubrí las favoritas de Gabriel García Márquez: "insondable", "estentórea"... Me quedaba horas pensando en la magia narrativa sostenida en oraciones simples: "el mundo se volvió triste para siempre", "la casa se llenó de amor". Podía pasar ratos largos embelesada por la descripción elegante: "... se sintió levantado en vilo hacia un estado de inspiración seráfica... en un manantial de obscenidades tiernas que le entraban a la muchacha por los oídos y le salían por la boca traducidas a su idioma".  García Márquez fue mi inspiración para la mano de seda con las palabras. 

Hace 10 años,  emocionada y nostálgica por aquellos momentos de algarabía garciamarquiana, intenté volver a leer 100 años de soledad; no pude pasar del primer capítulo. Había olvidado casi todo y la historia me parecía enrevesada. Parece que no fue mi momento para un segundo intento.  Cerré el libro y abandoné la idea, temerosa de que se destruyera el sentimiento de gratitud hacia la novela. 

Vi en Netflix recientemente la serie de 100 años de soledad,  con dudas. Como ya sabemos,  cada quien tiene su Macondo en la cabeza.  Pero me dejé llevar.  Fui negociando con las escenas.  Recordé párrafos completos.  Se me ordenaron mejor los personajes y, sobre todo: me pareció una historia más realista que mágica porque vivo en Colombia desde hace una década y ahora entiendo que la guerra cotidiana, esa que se transforma luego en muertos,  no es ficción.  Resultado: volví sobre el libro con una mezcla de escenas propias y de la serie.  Heme aquí redescubriendo ahora el tiempo narrativo en la novela, apasionándome, además, por el ritmo y ordenando de una nueva manera la historia que se le ocurrió al Gabo escribir mientras pasaban -él y Mercedes- penurias en París. Y, sobre todo, reinterpretando a Colombia, desde la mirada de un escritor que removió en sus tiempos algunas llagas de las que ahora quedan cicatrices.

El balance es positivo: un libro que fue escrito hace más de 50 años,  se reubica,  serie audiovisual en medio, en el imaginario de la gente,  viejas y nuevas generaciones retoman la historia o la abordan por vez primera, unos pelean por la adaptación,  mientras hay quien la defiende. Otros miran TikTok para entrar en la onda y hay quien,  como yo,  agradece la reconstrucción de la historia en nuestras cabezas y, sobre todo,  honrada por tener la oportunidad de releer con la paciencia aderezada de 100 años en 400 páginas y ocho capítulos audiovisuales.  Me quedo con ese gran mérito: volver sobre "la clepsidra secreta de las polillas", en las que Aureliano veía a Remedios, aunque la imagen me dijera mucho menos que la palabra escrita.