domingo, 1 de marzo de 2015

Me muero de la risa

Era el año 1991 y yo había sido invitada a formar parte del pequeño grupo de estudiantes venezolanos que asistiría al Encuentro de Periodismo Iberoamericano, con sede en el Instituto de Estudios Avanzados de Caracas (IDEA), en donde  los participantes estuvimos literalmente encerrados por casi una semana en un ambiente grato de discusiones, charlas y talleres con temas inherentes a la ciencia, la tecnología y la sociedad. Por cada país de Iberoamérica había un periodista representante, entiendo que seleccionado con gran criterio, a juzgar por la calidad de quienes allí se reunieron.

El encuentro fue, sin duda, una experiencia rica, de esas que marcan a los estudiantes cuando empiezan a codearse con profesionales y expertos. Aún guardo con cariño en mi cabeza a muchos de los periodistas con los que compartí aquellos días en los que queríamos comernos al mundo en cuatro grandes mordiscos. Particularmente, he convivido los últimos años con un recuerdo recurrente de la periodista cubana Mara Roque, a quien volví a ver en mi visita a La Habana un par de años después. Mara, sin saberlo, me ha acompañado en mis conversaciones sobre Venezuela y Cuba en la última década; muchos detalles de nuestros efímeros encuentros la unían a mis ideas en este tema; como no nos volvimos a ver, es obvio que lo que acá cuento es una interpretación muy personal de los recuerdos que de ella tengo.

Mara era una representante oficial de La Habana y, como tal, relataba de la manera más seria y precisa lo que le correspondía decir como periodista cubana en torno a la información, en el Encuentro Iberoamericano. Era una gran oradora y parecía muy honesta en su rol. Luego entendí que no era para menos: estando en La Habana dos años después, supe que era una presentadora estrella de televisión, dentro de lo que el contexto oficial permitía como producción audiovisual. Pero más simpático fue descubrir a la Mara íntima, en pequeños grupos, cuando, entendido un auditorio sin riesgos, desplegaba una cartera de chistes aderezados con su acento e histrionismo particular, con las cuitas cubanas como telón de fondo. Conocí con ella una variedad amplia de narrativas graciosas: chistes intelectuales, poéticos, políticos, populares, en los que sencillamente pude entender mejor cuál era la realidad cubana y fue ella quien me presentó a ese país con una lectura entre líneas, aderezada con el humor. ¿Los principales temas? Las colas, la escasez, la perpetuidad en el poder, la contrariedad ideológica, el hombre con esa hache tan minúsculamente posible, el sinsentido de la eterna espera por ser un país libre atado en sus más pequeños vericuetos.

Veinticuatro años después de aquel encuentro, volvió Mara a mis recuerdos, justo en octubre del año pasado, cuando esperaba -junto a un grupo numeroso de personas- que se me otorgara la ansiada constancia de no tener antecedentes penales. Se trataba de una larga espera de al menos seis horas, frente a la Plaza Candelaria; ya hacia el mediodía, parecíamos una gran familia que compartía entre risas y comentarios los más curiosos análisis de lo que estaba pasando en Venezuela. Una de las personas más cercanas a mi puesto, con orgullosa bandera maracucha, lideró con sabiduría criolla el festival de cuentos graciosos y no hubo compasión ante casi ninguna situación de penurias colectivas, siempre aderezada por ese aval que se permite el chiste en el que terminamos riéndonos por no llorar.

Todo iba bien para mí, hasta que el maracucho empieza a desempolvar en mi memoria uno de los chistes que siempre recordé de Mara, esta vez versionado por aquel compañero de espera, como quien adereza una misma pieza teatral con otros personajes y otros recursos de utilería. El chiste de Mara acudía, en gran acento cubano, a narrar la historia del pobre hombre que, desesperado por hacer tanta cola todo el tiempo, le confesó a su mujer que saldría a matar a Fidel; luego de muchas horas, el hombre regresa a su casa y ante la cara de angustia de su mujer, aquel le comenta: “oye, qué vaaa, había una cola inmensa para matar a Fidel”.     

Toda la Plaza Candelaria desapareció ante mí. El maracucho iba narrando aquella historia de manera similar, pero con ese gran acento maracucho y con Maduro como protagonista; yo veía cómo la cara de la gente iba desgranando cada palabra del chiste, asintiendo, dando constancia de formar parte de aquella caricatura de realidad, hasta que el grupo estalló en risas. Yo recordé que en su momento, hace veinticuatro años, cuando Mara contó su versión cubana de este chiste, yo reí a carcajadas, entendiendo perfectamente todos los códigos narrativos, pero obviamente asimilando una realidad prestada por un rato y de la cual no formaba parte.


Entonces comprendí sin decir nada, cómo nos hemos ido sacudiendo la realidad a risa limpia. Me pregunté cuál habría sido el primer contexto que diera origen a aquel chiste; antes que Cuba ¿quizás otro país con la misma miseria? En eso he andado rondando mucho tiempo, hasta que llegó hoy a mis manos este texto de Daniel Lansberg-RodríguezAs Venezuela’s Revolution Struggles, the Jokes Abound” publicado en The New Yorker. Definitivamente, más allá de las interpretaciones formales, puede concluirse que la risa es una de las pocas armas que se le ocurre a la gente cuando ya no le queda ni explicación ni sentido a lo que le ocurre a diario. Y que el guión ya está escrito desde hace muchos años.

5 comentarios:

ftapia dijo...

Amiga,como siempre excelente, e impecable escritura. Un saludo a mis pana Luis.Los recuerdo y quiero mucho, Felix

Ysabel Briceño dijo...

Igualmente Félix. Siempre te recordamos con cariño. Abrazos.

Anónimo dijo...

Excelente narrativa, mi querida amiga, recordando esos episodios junto a Mara Roque, aunque con menos memoria que la tuya para rememorar los chistes. Un abrazote.

Argelia Ferrer dijo...

Caramba, Ysabel, ni siquiera la patica accidentada, con su dolor colateral, incide negativamente en la calidad narrativa y poética de sus artículos blogueros. Me encantó. Besos y abrazos

Ysabel Briceño dijo...

A Argelia le agradezco haberme postulado en aquella época junto a mi gran compañera Raixi Díaz, para el Encuentro Iberoamericano. Con Raixi, le seguimos luego la pista a la cubanidad por un tiempito.