lunes, 11 de agosto de 2008

Ilusiones cromáticas


Bajaban con cierta rapidez los carros de aquel lugar, por una de esas avenidas, mitad citadinas, mitad pueblerinas: la gente juega a saberse el cuento urbano y de repente afloran las ideas ancestrales arbitrarias; entonces nadie sabe si la vía de la izquierda es más lenta que la derecha, unos pasan por delante y otros pasan por detrás y la cosa fluye, pero lenta. Al fin y al cabo, nadie se anda parando a discutir en mitad de la avenida asuntos epistémicos de la conducta del conductor. Así iban, cuando notaron muy cerca del cruce que los carros empezaban a aglomerarse y la congestión se hacía evidente. En vez de rojo, aquel semáforo pintaba un amarillo eventual y en vez de verde suspiraba una sombra demasiado eterna para los que deseaban circular más rápido. Afloraron las diferencias: unos queriendo llegar antes amagaban con caras de poderosos empegostados en carrocerías brillantes y novísimas, pero tampoco faltó quien soltara su vestuario antiguo como arma importante y lograra intimidar a los recientes especímenes rodantes, abriéndose paso con mirada de soslayo. Empezó a fluir el asunto y de repente se alternaban los actores de aquella concentración. Con todo, se salía rápido. El susto mayor se pasaba en el momento de tomar decisiones en medio del caos: “pasa, pasa rápido que te llega. Para, para, pero no dejes de rodar…” Así hasta que se salía de aquel lío en el que los colores de una sociedad se habían vuelto turbios. Ya de lejos, algunos miraban por el retrovisor como a quien se le presenta la historia en reverso. Pintaba cierta ley natural en la que -superada las maldades del individuo- la sociedad logra evolucionar y cruza finalmente la avenida. Horas después aún se circulaba sin percances, emanando la propuesta de Adam Smith y otros grandes exponentes de las avenidas autoreguladas. Aunque la ilusión de un nuevo semáforo seguía pendiendo en muchos de los retrovisores, junto al zapatico y la estampita de José Gregorio Hernández. Claro, es que no era un tránsito perfecto; casi siempre se cruzaban las miradas de indignación frente a aquel semáforo dormido que habiendo llegado a los treinta años de existencia, asistía a la imperfección. Pero en segundos todos se perdían y dejaban atrás la posibilidad de haber sido chocados. Entonces sucedió lo inevitable. Ya en la tarde, la cosa no fluía tan fácilmente, la cola era eterna, intentando todos ir alineaditos. Se sudaba por horas en un lugar que casi nunca le correspondía a nadie. Los gestores inventaron otros atajos a los cuales pagaban los más poderosos para salir del tormento. La ira desbordó a muchos y sin saber el origen, unos contra otros se peleaban defendiendo no se sabía bien qué cosa. Unos pocos intentaban disimular y ganar espacio, mientras otros intentaban dar explicación a aquella avenida absurda. Llegados al cruce, él estaba ahí. Había sido inventado por las perversas ideas del gendarme necesario. Convencido de que nadie más podía llevar de la mano a aquellos que jugaban a ser adultos, aquel fiscal erguido alzaba autoritariamente su silbato dando manotazos rápidos sin tener tiempo de mirar el país que había causado con la promesa de hacer circular de manera más justa (nunca dijo más rápido, a decir verdad). Algunos pasaban y lo saludaban con cariño, esperanzados en que llegaría a cumplir su promesa; otros decidían pararse en una esquina y mirar de lejos el panorama. Tardíamente, unos cuantos empezaron a dibujar la nostalgia de un tránsito manido y autoinventado. Llegó la noche y aquella figura que había emergido para depurar los dilemas profundos de la sociedad se convirtió en otro semáforo dañado. Pero peor. Porque seguía prometiendo; con la perversa idea de no mirar atrás; resolviendo con desesperación y a su manera el tránsito de aquel país; y dejando una larguísima luz roja cuando se asomaba la posibilidad de mostrarle el manual del conductor. Casi todos fueron acomodándose en el canal más adecuado, y muy pocos pudieron responder por qué carrizo el semáforo más viejo les había jugado sucio.

2 comentarios:

Gilberto Rebolledo dijo...

Muy bien. Chévere este retrato de esta situación típicacmente urbana tantas veces compartida y proyectada a la vida misma gracias a tu verbo. Lo leeré con mayor cuidado despues, pero si espero ese momento para comentarlo, ya sabes que pasará. Me lo leerás al regreso pero por ahora te felicito por poner tus cosas acá. Aja... influencia cortaciana, no lo puedes negar. Besote.

Ysabel Briceño dijo...

Hola Tony. Queda constancia de que prometimos volver a leerlo juntos. Otro besote.