domingo, 3 de agosto de 2008

Lecturas glíglicas

A veces de esta forma nos entendemos más...

Desde Cortázar



"Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! ..."


Desde mi casa

No me alcanzan los pocos estrateros de esta rutina sin esclarescencias. Eso está bien para mi arreglista que desde las 4:00 m socierna las madrugadas sin pena, mientras yo en contiplencia sedada. Esperando que un día me diga "hasta aquí las terrunas templanzas. Párese”.

Desde el país


Las valganas princesas no sotorran más el tiempo. Y una vez más, desde la apareada red destemplada, salta la muerte. Todo vale. De pronto efluvionan sin más los tempurios sorpresivos. Entonces, una vida acaba en tertulia priuntiriada. Se acusa al dontón sin mescaba íntima, salvo la que cuartillean los consultorios. Los ojos extraños desecan sin termencia. Unos arriba, otros abajo. Todos quedan aquesidos, aspirando una tentida versión, más allá de la enfundia clamada por intrina apresurada. Para este caso y todos los quisientes que ya no sorprenden cuando los leemos en las sústinas tábinas de los cleriótidos.

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